La Eva mitocondrial, según la genética humana, fue una mujer africana que, en la evolución humana, correspondería al ancestro común más reciente femenino que poseía las mitocondrias de las cuales descienden todas las mitocondrias de la población humana actual, según pruebas de tasas de mutación de genoma mitocondrial.
La ciencia lo afirma: todos nosotros, descendemos de africanos. Más concretamente, de una sola mujer negra que habitó las sabanas africanas hace unos 150.000 años.
Con justa razón, los científicos la han bautizado como ‘la Eva negra’. A pesar de que durante milenios todas las culturas humanas han fantaseado con orígenes de la especie humana tan disparatados como la bíblica leyenda de Adán y Eva, estudios recientes, como el llevado a cabo en 1986 por Cann, Stoneking y Wilson, de la Universidad de California, en Berkeley, han aclarado el misterio definitivamente.
Confirmado más tarde por genetistas de la Universidad de Oxford como Bryan Sykes y Richard Dawkins, la verdadera historia de nuestro linaje se ha develado: comenzó en África. Y durante cientos de miles de años, permaneció allí.
Al decir de Dawkins: “Tenemos a África en nuestra sangre y África tiene nuestros huesos. Todos somos africanos. Este solo hecho hace del ecosistema de África un objeto de singular fascinación. Se trata de la comunidad que nos moldeó, la comunidad de animales y plantas en la que realizamos nuestro aprendizaje ecológico”.
La clave para la resolución de este enigma ha sido la lectura del ADN mitocondrial, que se transmite únicamente por vía matrilineal, es decir, de madre a hija.
Todos los linajes mitocondriales confluyen hasta terminar en una sola madre, una sola mujer, la verdadera Eva de la humanidad de la que descendemos todos los seres humanos.
Esta mujer vivió en una fecha aproximada de entre 100.000 y 200.000 años atrás, y era una negra bosquimanade África Central.
Más tarde, en busca de caza abundante, los descendientes de Eva iniciaron la larga marcha hacia las fuentes del alimento que comenzó con el nomadismo de pequeños grupos tribales.
Lo que se convirtió en las masivas migraciones humanas que todavía hoy se desencadenan a partir del hambre, las guerras, las pestes y el cambio climático.
A pie, con seguridad acarreando en hombros a los más débiles, nuestros antepasados cruzaron desde el Cuerno de África por un istmo en el estrecho Bab el-Mandeb hasta el actual Yemen.
En una etapa posterior rodearon la cuenca mediterránea hasta alcanzar la región balcánica y de allí se desparramaron para poblar Asia y Europa.
La última parte del planeta en ser habitada, miles de años más tarde, fue el continente americano, de norte a sur, desde Alaska a la Patagonia.
Esta increíble y conmovedora epopeya de nuestros antepasados nos deja algunas certidumbres.
La primera, la más obvia, es que los racismos, clasismos, nacionalismos e integrismos que suelen separarnos no tienen la más remota razón de ser, ya que todos somos parientes.
La segunda, que las migraciones humanas han sido, y son, una potente herramienta de supervivencia desde los orígenes de nuestra especie.
Emigrar en busca de comida, de paz, de seguridad, de educación, es un anhelo común a todos los seres humanos, metido en nuestro ADN, que compartimos con los que hoy atraviesan el Estrecho en pateras en pos del ‘sueño europeo’.
Eva, la de la piel oscura y el vientre tan prolífico que llegó a albergar en él a toda la humanidad, hoy, tus hijos te saludan.
María Eugenia Eyras