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El reino Independiente de los Palmares primer pueblo libre de America

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The-Palmares-QuilomboLos esclavos cimarrones de Brasil habían organizado el reino negro de los Palmares, en el nordeste de Brasil, y victoriosamente resistieron, durante todo el siglo XVIII, el asedio de las decenas de expediciones militares que lanzaron para abatirlo, una tras otra, los holandeses y los portugueses. Las embestidas de militares de soldados nada podían contra las tácticas guerrilleras que hicieron invencible, hasta 1963, el vasto refugio.

El reino independiente de los Palmares -convocatoria a la rebelión, bandera de la libertad- se había organizado como un estado «a semejanza de los muchos que existían en África en el siglo XVIII». Se extendía desde las vecindades del cabo de santo Agostinho, en Pernambuco, hasta la zona norteña del río San Francisco, en Halagaos: equivalía a la tercera parte del territorio de Portugal y estaba rodeado por un espeso cerco de selvas salvajes. En plena época de las plantaciones azucareras omnipotentes, Palmares era el único rincón de Brasil donde se desarrollaba el policultivo. Guiados por la experiencia adquirida por ellos mismos o por sus antepasados en las sabanas y en las selvas tropicales de África, los negros cultivaban el maíz, el boniato, los frijoles, la mandioca, las bananas y otros alimentos.

No en vano, la destrucción de los cultivos aparecería como el objetivo principal de las tropas coloniales lanzadas a la recuperación de los hombres que, tras la travesía del mar con cadenas en los pies, habían desertado de las plantaciones. La abundancia de alimentos de Palmares contrastaba con las penurias que, en plena prosperidad, padecían las zonas azucareras del litoral. Los esclavos que habían conquistado la libertad la defendían con habilidad y coraje porque compartían sus frutos: la propiedad de la tierra era comunitaria y no circulaba el dinero en el estado negro.

«No figuraba en la historia universal ninguna rebelión de esclavos tan prolongada como la de Palmares. La de Espartaco, que conmovió el sistema esclavista más importante de la antigüedad, duró dieciocho meses». Para la batalla final, la corona portuguesa movilizó el mayor ejército conocido hasta la muy posterior independencia de Brasil. No menos de diez mil personas defendieron la última fortaleza de Palmares; los sobrevivientes fueron degollados, arrojados a los precipicios o vendidos a los mercaderes de Río de Janeiro y Buenos Aires. Dos años después, el jefe Zumbi, a quien los esclavos consideraban inmortal, no pudo escapar a una traición. Lo acorralaron en la selva y le cortaron la cabeza. Pero las rebeliones continuaron. No pasaría mucho tiempo antes de que el capitán Bartolomeu Bueno Do Prado del río das Mortes con sus trofeos de la victoria contra una nueva sublevación de esclavos. Traía tres mil novecientos pares de orejas en las alforjas de los caballos.

La caza de hombres es impiadosa. Esperan en la costa los barcos portugueses que pagarán bien la mercancía. No importa si son niños, mas si importa que no sean viejos, porque deberán soportar la travesía atlántica y aún conservar fuerzas para los trabajos que les esperan. Los que superen el trance serán puestos a la venta en alguna playa de Salvador, Olinda o Pernambuco y vivirán lo que les quede de vida cortando caña y haciendo rodar los trapiches.

La solución a la escasez de mano de obra en Brasil fue la importación de esclavos africanos. Los indios Tupis ya no eran suficientes y no alcanzaban los que traían las bandeiras en sus entradas a la selva. El nivel de explotación al que había llegado la caña de azúcar en el nordeste brasileño demandó un verdadero aluvión de africanos a las costas sudamericanas.

De Angola, Guinea o la Costa de Oro traían los negros consigo sus dioses, sus «orixás», su lengua y sus tambores, y el sueño eterno de volver a ver las costas de África.

Extracto: La venas abiertas de América Latina

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