El 18 de diciembre de 1912, se publicó en la prensa una noticia extremadamente chocante: el eslabón perdido, la hipotética especie que relacionaba a los humanos actuales con sus antepasados simios, había sido hallado. Este descubrimiento corroboraba, además, la teoría evolutiva de Darwin. El mismo día, durante una reunión de la Sociedad Geológica en Londres, se revelaron al mundo unos restos óseos (partes de un cráneo fósil y una mandíbula) que supuestamente habían sido descubiertos ese mismo año por un obrero en un lecho de grava en Piltdown, en el sureste de Inglaterra. Estos fragmentos pasaron a manos de Charles Dawson, un arqueólogo aficionado que, junto con el eminente paleontólogo Smith Woodward, del Museo Británico, los presentó en Londres.
Un enigma por resolver
Un enigma por resolver A comienzos del siglo XX apenas se habían descubiertos fósiles humanos antiguos, y ninguno de ellos en Inglaterra. El hallazgo de Piltdown resultó, por tanto, muy apasionante. Woodward denominó oficialmente a la nueva especie Eoanthropus dawsoni (el hombre de los albores de Dawson), en alusión a su descubridor, aunque se conoció popularmente como el hombre de Piltdown. Los fragmentos óseos guardaban similitudes con los seres humanos y con los simios, y fueron aceptados como válidos por la comunidad científica hasta 1953, fecha en que el Museo de Historia Natural de Londres anunció que se trataba de un fraude.
Los científicos probaron que los restos tenían menos de 50.000 años de antigüedad y que el cráneo y la mandíbula procedían de dos especies diferentes (un cráneo humano y fragmentos de mandíbula de un simio, probablemente un orangután). Todo el conjunto había sido manipulado con el fin de provocar el engaño. El célebre hombre de Piltdown resultó ser uno de los más grandes fraudes de la historia científica. Cien años después, un grupo de investigadores británicos emplea la última tecnología para intentar esclarecer el enigma. Aunque Charles Dawson es el principal sospechoso, el número de implicados pudo ser mucho mayor, incluyendo a Woodward, Martin Hinton, el conservador del museo, el sacerdote jesuita Teulhard de Chardin e incluso el famoso escritor Arthur Conan Doyle.
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