La historia del «Negro de Banyoles» se remonta a 1830. Se localiza entre los ríos Kuruman y Vaal, cerca de Ciudad del Cabo. Unos naturalistas franceses, los hermanos Verreaux, se hicieron con el cuerpo de un bosquimano. Lo disecaron y se lo llevaron a París para exhibirlo allí. A finales de siglo fue adquirido por, Francesc Darder, y fue expuesto al Museo de Banyoles Cataluña.
Llevaba más de 70 años expuesto en una vitrina hasta que, en 1991, alguien descubrió que se trataba de un ser humano. El que lo hizo fue un hermano negro, el médico haitiano Alphonse Arcelin, que visitó casualmente el museo.L
En torno a 1825, dos hermanos franceses, Edouard y Jules Verreaux, realizaron varios viajes al África del Sur con el fin de reunir una colección de animales africanos. Los Verreaux eran una mezcla de naturalistas, aventureros y comerciantes, pero su profesión principal era la taxidermia.
En esa época, antes del desarrollo de la fotografía, la única forma de acercar la fauna salvaje a ojos europeos era mediante los zoológicos, que requerían un costo de mantenimiento importantísimo, o mediante los “museos naturales”, mucho más económicos, donde se exhibían los animales embalsamados. Los Verreaux tenían su propio museo, la “Maison Verreaux”, en el cual llegaron a reunir una colección muy importante. Allí tenían jirafas, rinocerontes, monos ¿cómo iba a faltar un negro? No se sabe bien cómo, en uno de sus últimos viajes, los Verreaux obtuvieron el cadáver de un africano, al que sometieron al procedimiento de taxidermia habitual. Trasladado a París, el nuevo ejemplar quedó expuesto en una vitrina, con una lanza en una mano y con el característico escudo en forma de mariposa en la otra.
El tiempo pasó y, luego de la muerte de sus fundadores, la “Maison Verreaux” conoció la decadencia. Tan es así que la viuda de Edouard vendió buena parte de la colección. Uno de los compradores fue un veterinario catalán, antiguo director del zoológico de Barcelona, de apellido Darder. Varios años más tarde, en 1916, Darder fundó su propio museo en Banyoles
(Girona). En ese sitio instaló la colección que fue reuniendo a
lo largo de su vida, incluyendo los ejemplares que comprara la viuda de Verreaux. Allí fue a parar el africano sustraído por los hermanos naturalistas-taxidermistas. Y allí quedó expuesto en su vitrina hasta que, en 1991, alguien descubrió que se trataba de un ser humano. El que lo hizo fue un negro, el médico haitiano Alphonse Arcelin, que visitó casualmente el museo.
Darder. Según un periodista que relató la historia.
Entonces llegó Alphonse Arcelin y lo miró por primera vez como ninguna otra persona lo había visto: con piedad y con el profundo horror que deriva del reconocimiento.( Antón,
2000).
Es notable como, aún hoy, el periodista parte del supuesto de que sólo un negro podía reconocer a un negro embalsamado como ser humano. Lo cierto es que Arcelin armó un escándalo, y lo hizo en el momento más indicado: las vísperas de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Convocó a que los países africanos no enviaran delegaciones si el “Bechuana” (como se lo conocía en Banyoles) seguía estando en exposición. Banyoles era subsede olímpica, y el propio Comité Olímpico solicitó al Ayuntamiento que el negro fuera retirado de la exposición.
El Ayuntamiento resistió el pedido, pero los Juegos Olímpicos eran un gran negocio y no era cuestión de arruinarlo con un escándalo. Finalmente, se retiró al negro con vitrina y todo. Pasadas las Olimpíadas la discusión continuó: el Ayuntamiento y muchos ciudadanos de Banyoles se negaban a desprenderse de una “pieza” que consideraban parte de su patrimonio cultural. Pero Arcelin era terco y consiguió el apoyo diplomático de varios países africanos y de la propia Organización para la Unidad Africana, y también del Secretario General de las Naciones Unidas, Kofi Annam. Como la cuestión estaba derivando en un escándalo que podía desprestigiar a la diplomacia española, el gobierno de Aznar decidió dar una salida expeditiva al problema: devolver el negro al África. Para ello hubo que realizar algunos trámites burocráticos muy peculiares, tales como el de descatalogar al negro como pieza de museo y reclasificarlo como “resto humano”, etc. Finalmente, trasladarlo desde Banyoles en plena noche (para evitar cualquier escándalo), y embarcarlo en Madrid hacia Botswana, el país que aceptó reclamarlo como propio.
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La piel del ‘Negro de Banyoles’ sigue en un museo de Madrid
Este este parte apareció en artículo en la edición impresa del Domingo, 25 de abril de 2004 de Jacinto Anton -El pais – Barcelona – 25/04/2004
Una vieja historia renace de sus cenizas. El Negro de Banyoles, el célebre y polémico guerrero disecado del Museo Darder de Banyoles, recibió sepultura en octubre de 2000 en el parque de Tsholofelo, en Gaborone (Botsuana), en el curso de una tan sentida como extravagante ceremonia, y ahí pareció acabar todo. ¿Todo? No. Jirones de la historia (y del cuerpo) del hombre emergen de nuevo, como si el africano de terrible y fabuloso destino se resistiera a disolverse en el olvido hasta no quedar apaciguado su espíritu con la suma de su memoria y de sus restos.
Una parte importante de éstos, la piel concretamente, no fue devuelta a África y se conserva en el Museo de Antropología de Madrid, según ha confirmado su directora.
Paralelamente, ahora se ha descubierto un eslabón más en la alambicada historia del hombre disecado: fue exhibido en 1887, durante un año, en el Museo Martorell de Barcelona -actual Museo de Geología, en el parque de la Ciutadella- y estaba a la venta por 7.500 pesetas: un dineral para la época. Nadie lo compró.
Las numerosas personas que aquel 4 de octubre de hace cuatro años, en la capilla ardiente en el Ayuntamiento de Gaborone, se sintieron estafadas -y así lo manifestaron- ante la poco impresionante visión de los restos del Negro de Banyoles que España devolvía al continente africano para su sepelio, no sabían hasta qué punto se les había escamoteado el cuerpo.
Tras su traslado a Madrid en septiembre desde el Museo Darder -previo su despojamiento de la lanza, el escudo, el taparrabos, el tocado y los abalorios- en un viaje secreto a fin de evitar cualquier posible protesta de vecinos de Banyoles, el hombre disecado fue meticulosamente desmontado por la antropóloga Consuelo Mora en las dependencias del Museo de Antropología de la capital.
En el curso de una operación que remedaba, al revés, aquella tremenda de la que fue objeto el cuerpo hacia 1830 en el sur de África a manos de los hermanos Verreaux -los naturalistas y aventureros franceses que se habían hecho con el cadáver y lo disecaron como a un animal-, el Negro de Banyoles perdió su monstruosa apariencia de vida para devenir una pequeña pila informe de restos.
Restos humanos, pero también alambre, madera, barras metálicas, clavos y fibra vegetal de relleno, los materiales artificiales empleados en la taxidermia del cuerpo. La finalidad obvia del desmontaje de la figura era disminuir en la medida de lo posible el oprobio de enviar a África a un africano disecado, que ya es trance.
El Gobierno español del PP se había comprometido a devolver el Negro de Banyoles a la tierra austral de la que fue arrebatado en su día, pues según Darder el individuo era un jefe de tribu bechuana que los Verreaux, Jules y Édouard, desenterraron de su tumba fresca en algún lugar al norte de la frontera de la colonia de El Cabo, probablemente en lo que hoy es Botsuana. Pero lo que hizo al fin el Gobierno fue facturar a Gaborone sólo los restos más parecidos a los de un cadáver convencional (homologable con los que devuelven otras naciones presuntamente civilizadas) y metidos en una especie de cajón.
Selección de restos.
En la selección se optó por el cráneo pelado y los escasos huesos originales que la figura albergaba en su interior y quedaron fuera los materiales ajenos, incluidos la madera en forma de prisma que hacía las veces de columna vertebral y los inquisitivos ojillos de vidrio.
También se decidió apartar la piel de entre el material retornable. Dentro de la lógica frankensteiniana del asunto, la piel presentaba el problema de que no se podía entregar puesta -pues había que desmontar la figura para extraer los huesos- y que no hubiera causado muy buena impresión darla aparte como un traje viejo. Además, está pintada de negro, ya que los Verreaux le dieron en origen una capa de betún para compensar los estragos producidos por el tratamiento de taxidermia, que incluyó, como está probado químicamente, el uso de arsénico, que decolora bastante. El TAC de piel realizado al Negro durante la minuciosa autopsia que se le practicó en 1992 reveló que dicha piel consiste en una fina capa de unos 2 milímetros de espesor, que por debajo no posee tejido celular subcutáneo, ni grasa ni masa muscular y presenta la textura del cuero viejo. Sin embargo, sí conserva la estructura dermoepidérmica y se identifican la epidermis, con la capa córnea, la dermis y restos de hipodermis. Está recubierta por una película de 1 milímetro de una sustancia de aspecto bituminoso de color oscuro que se desprende y se fragmenta al tocarla.
«La piel está aquí»
«La piel del señor , lo que lo cubría, que parece más bien cartón pintado, está aquí, se conserva en el museo», señaló a este diario con cierta comprensible repulsión la directora del Antropológico, Pilar Romero de Tejada. «Lo demás lo devolvimos». La directora explica respecto a la piel: «El ministerio [de Asuntos Exteriores, que se encargó del extraño affaire] nos dijo que no la devolviéramos». Romero de Tejada considera todo el asunto del Negro algo absolutamente ajeno al museo: «Se usaron nuestras instalaciones y nada más, no es un asunto que me interese. La antropóloga física que hizo el trabajo ya no está con nosotros y la piel se guarda en el almacén, pero yo ni la he visto».Es difícil decir qué ha pasado con el pene. De 8,5 centímetros de largo y otros tantos de perímetro, circuncidado, estaba relleno de un material artificial denso para dar una imagen consistente, de vida, vamos, al igual que el escroto, sin los testículos originales. Posiblemente -pues habría que ver el impacto que hubiera causado tamaño material en Botsuana-, todo eso se guarda con la piel. Y estarán también, al final acaso del macabro guante de los dedos, las uñas, que mostraban una deformación característica de las enfermedades pulmonares crónicas. El pelo debe de andar asimismo por ahí.
¿Por qué los restos del Negro de Banyoles no devueltos no fueron simplemente incinerados?
Seguramente, la extraña especificidad del caso -no hay ningún protocolo sobre cómo actuar con los cuerpos disecados de nativos robados de la tumba por europeos del siglo XIX- dejara perplejos a las autoridades y los técnicos. No hay que olvidar tampoco el aura de pieza de museo que rodeaba al hombre disecado y que de alguna manera puede infundir a sus restos cierta categoría de material artístico.
En el otro reciente caso famoso de restos de un ser humano africano exhibidos en un museo y reclamados y devueltos a su lugar de origen para un entierro digno, el caso de la denominada Venus hotentote, Saartjie Sarah Baartman (que reposa al fin, desde agosto de 2002, en el valle de Gamtoos, cerca de El Cabo), se devolvió todo. En principio, Francia accedió a enviar a Suráfrica el esqueleto y el molde obtenido del cuerpo, que sometieron a disección Cuvier y los sabios del museo de historia natural de París en 1815, pero alegó que se habían extraviado otros restos conservados en frascos de la mujer khoisan exhibida durante años por Europa: el cerebro, las nalgas esteatopígicas y los órganos genitales, que presentan la notable elongación de los labios menores (macroninfia) conocida como «delantal hotentote». Finalmente todo reapareció.
Si el hombre disecado se ha dejado la piel en Madrid, en Barcelona se le ha recuperado un trozo de historia. La noticia más antigua que se conoce del bechuana es su presentación en París en 1831 en el marco de una gran exposición de material de ciencias naturales recolectado en África austral por los Verreaux. Después hay un gran silencio hasta que en mayo de 1888 el veterinario y taxidermista catalán Francesc Darder lo exhibe a su vez como parte de su propia colección (Gran Museo de Historia Natural) en un pabellón en el paseo de Gràcia de Barcelona, «al lado del café de Novedades», como reza en la portada del catálogo editado al efecto y en cuyo interior figura dibujado el hombre disecado en todo su esplendor. Darder explica en el texto de ese catálogo cómo los Verreaux consiguieron y prepararon el cuerpo. No está documentada la manera en que el naturalista catalán se hizo con él, pero todo apunta a que lo adquirió en París, adonde viajaba con frecuencia, seguramente en la liquidación de la Maison Verreaux, meca de naturalistas durante más de medio siglo.
Darder apunta en su catálogo que parte del material «está entresacado de la colección etnológica que se ha adquirido en los grandes viajes de circunnavegación emprendidos por la marina francesa (buques Astrolabe, Zélée,Favorite)». Es sabido que los Verreaux, oscuros émulos del Maturin de Master and commander, se integraron como naturalistas en varias de esas expediciones para recolectar especímenes en Australia y Tasmania que integraron en sus colecciones. Tras la fecha de 1888, vuelve a desaparecer la pista hasta que en 1916 Darder dona su colección, negro incluido, a Banyoles. Del Museo Darder, inaugurado ese mismo año, el hombre disecado ya no se moverá -aparte de una fugaz visita al hospital de Girona para su análisis- hasta su marcha a Madrid de camino hacia su retorno a África. Pues bien, ahora se ha documentado otro periodo de la extraña y cosmopolita peripecia post mortem del bechuana, y como siempre que se junta un nuevo eslabón de esa larga cadena, resulta muy emocionante. Durante un año, del 12 de febrero de 1887 al 8 de febrero de 1888, el hombre disecado permaneció en el Museo Martorell, el actual Museo de Geología, en el parque de la Ciutadella en régimen de depósito y a la venta. El Martorell fue el primer museo municipal de Barcelona y este año se conmemora el 125º aniversario de su creación.
«Betjouana» precio: ¡7.500 pesetas
Julio Gómez-Alba, conservador del Museo de Geología, ha hallado en el viejo archivo del Martorell una lista de objetos de ciencias naturales de Darder depositados en el centro, y entre ellos aparece señalado claramente, entre «2 esqueletos de aves a 20 pesetas cada uno» y «1 gran mono africano», valorado en 25 pesetas, «1 Betjuana», es decir, nuestro hombre -la denominación es la misma que empleará Darder al año siguiente en el catálogo de su colección y, significativamente, se parece mucho a la empleada en Francia al exhibirlo los Verreaux («Betjouana»)-. De la excepcionalidad de la pieza da fe su astronómico precio: ¡7.500 pesetas de la época! Baste con señalar que en la misma lista un elefante disecado, lo siguiente más caro, está valorado en 2.500 pesetas, una jirafa sale por 1.000, un «tigre real» por otro tanto y una leona vale 500 pesetas. Y esos son animales de primera, pues un murciélago cuesta sólo 10 pesetas, una civeta africana 20 pesetas, un caimán 60, una boa 150, un puma 300, un leopardo 250 y un «cerdo del país», 100 pesetas. No es extraño que Darder apuntara en su catálogo que había conseguido el hombre disecado «a fuerza de sacrificios».
En la lista aparece otro material humano, con un precio siempre muy inferior al del «Betjuana», obviamente la estrella del abigarrado conjunto: «3 momias» por 1.000 pesetas, un lote de «45 cabezas amomiadas a 50 pesetas cada una» con un total de 2.250 pesetas, un esqueleto humano a 250, siete de fetos a 25 pesetas la pieza, un cráneo africano a 60 (en cambio, vaya usted a saber por qué, uno chino y otro «de Túnez», a 50). Una cabeza de asesino -seguida por la enigmática acotación «abril» (un mes cruel, ya se sabe)- debía de tener poco interés o quizá no estaba muy bien conservada, pues Darder la vendía a 15 pesetas. La inclusión de «1 cabeza de niño negro bajo globo» resulta siniestra. Gómez-Alba opina que se trata literalmente de eso, la cabeza de un niño negro metida en un globo de cristal. El conservador dice que cree tener alguna pista de dónde se encuentra en la actualidad tan desagradable objeto.
La lista está fechada al pie el 12 de febrero de 1887 y encabezada por la inscripción «Lista de los objetos que tiene en el Museo Martorell Darder, a saber». La palabra «tiene» fue tachada posteriormente y se anotó encima «tenía». El material, según una nota manuscrita añadida, fue «retirado todo el día 6 feb 88/ por Darder», previsiblemente para su instalación en el pabellón del paseo de Gràcia, donde el negro ya no estaba explícitamente a la venta (el naturalista catalán desistiría de venderlo o le habría tomado cariño), sino que figuraba como gran reclamo. Gómez-Alba especula con que Darder dejase su colección en depósito en el Martorell con la esperanza de que la adquiriese el Ayuntamiento para el museo, que había abierto con las salas casi vacías. Al no producirse esa compra, se llevó el material a su propio establecimiento.