En su gira oficial por Jamaica, la primera en 14 años de un primer ministro británico, David Cameron quería destacar el flamante fondo millonario para la construcción de infraestructura y otros aportes de Reino Unido para beneficio de la isla caribeña.
En cambio, los ojos –y los oídos– de la población jamaiquina, más de 90% de ella de origen africano, estuvieron pendientes de si el líder conservador hacía referencia a uno de los pecados graves de la historia británica: el tráfico de esclavos.
Cameron habló… pero sus palabras no fueron precisamente las que esperaban los activistas.
«Espero que, como amigos que han pasado por tanto juntos, podamos dejar atrás ese legado doloroso», dijo.
Pero es difícil que la controversia vaya a disiparse: el reclamo por las reparaciones es una batalla de larga data de organizaciones de derechos humanos que exigen compensación por los beneficios económicos que sacaron las fuerzas coloniales del siglo XVIII del tráfico transatlántico de esclavos, por el que 12 millones de africanos fueron vendidos como fuerza de trabajo impaga.
Ahora bien, ¿por qué el país que más se benefició de la esclavitud se niega a compensar a las víctimas?
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Pariente lejano
El reclamo de Jamaica a Cameron no fue sólo a nivel general, sino también a título personal: los críticos aprovecharon su visita para recordarle una «mancha» en su árbol de familia. La del general James Duff, uno de sus primos lejanos.
Una investigación de University College de Londres (UCL) reveló que el hombre, un militar de carrera, en el siglo XIX había cobrado una fortuna a modo de compensación por las pérdidas que le generó la emancipación de sus 200 esclavos jamaiquinos una vez decretada la abolición.
Pero Duff –en rigor, un pariente muy lejano de Cameron– fue sólo uno de los muchos integrantes de la élite británica que cimentaron su riqueza en el lucrativo tráfico.
En realidad, una quinta parte de todas las fortunas de la época se amasó con dinero esclavo.
Estos son los argumentos que el académico Hilary Beckles, director de la Comisión de Reparaciones de la Comunidad del Caribe (Caricom), esgrime para exigir a Europa alguna clase de compensación.
«No pedimos limosnas o cualquier otra forma de sumisión indecente. Simplemente pedimos que se asuma la responsabilidad y se den pasos para contribuir en un programa conjunto de rehabilitación y renovación», escribió Beckles en una carta abierta en el Jamaica Observer, publicada durante el viaje de Cameron.
Caricom estableció su comisión especializada en 2013 con el fin de abrir el diálogo con las ex naciones esclavistas, sobre todo Reino Unido, Francia y Holanda (las que mayormente operaron en el Caribe).
Y, a juzgar por sus reiteradas amenazas, no sólo de diálogo se trata: tiene intenciones de emprender acciones legales a través de la Corte Internacional de Justicia.
Con pena pero sin culpa
Sin embargo, Reino Unido ha descartado de plano el pago de reparaciones, bajo el argumento de que «no son el enfoque adecuado», según expresó un portavoz de Cameron.
Y el actual primer ministro no es el primero en mantener la negativa: en 2006, Tony Blair expresó su «profunda tristeza» por el comercio de esclavos del pasado, perose abstuvo de asumir culpa histórica.
Incluso cuando apenas meses antes la Iglesia de Inglaterra se había reconocido responsable de sacar rédito económico de ese comercio inhumano.
¿Cómo se sostiene la postura británica?
Por empezar, las declaraciones oficiales se guardan de mantener la diferencia semántica, no menor, que existe entre «estar apenado» y «asumir responsabilidad».
Detrás de la terminología hay una dimensión económica clave. Los analistas señalan que la reticencia a emitir una disculpa oficial bien puede basarse en el temor de que, una vez hecha, el gobierno se vuelva financieramente responsable, dando lugar a toda clase de demandas.
Sorprendentemente, los únicos en jamás recibir compensación en relación con el tráfico esclavo fueron los mismos esclavistas: unos 46.000 de ellos, a quienes el gobierno británico pagó US$30 millones tras el Acta de Abolición de 1833 para cubrir el impacto que la pérdida de mano de obra iba a tener en sus empresas.
Esa suma representa unos US$3.000 millones de hoy. Los libertos, en cambio, no recibieron nada.
Compensación por la esclavitud
US$30 millones: el dinero que entregó el gobierno británico a unos 46.000 dueños de esclavos tras el Acta de Abolición de 1833, para compensarlos por la pérdida de mano de obra
- US$3.000 millones en dinero de hoy
- US$0 fue lo que recibieron los libertos en el mismo momento histórico
A la hora de calcular reparaciones, no existe una fórmula acordada para traducir a moneda actual los salarios impagos de los millones de esclavos, que es una de las formas que se han pensado para cuantificar las compensaciones.
En 1997, una comisión africana exigía que Occidente retribuyera al continente con US$777 billones, 70 veces el producto interno bruto de Estados Unidos por entonces. El planteo fue desestimado casi de inmediato, porque hasta los «reparacionistas» más militantes coincidieron en que era desproporcionado.
Ahora, la Comisión de Caricom no ha puesto un número a su reclamo. En cambio, ha sugerido que las reparaciones podrían pagarse mediante condonaciones de deuda de los países afectados en África y el Caribe, o con contribuciones financieras para sus sistemas educativo y sanitario.
La propuesta sigue el modelo país-a-país, como el que utilizó Alemania Occidental para resarcir a Israel por la muerte de 6 millones de judíos en el Holocausto.
Otros caminos
Otros grupos, en tanto, han tomado distintos cursos de acción.
Por ejemplo, la Nación Rastafari, como se llama al grupo religioso constituido en Jamaica desde 1930, cree que los ex países esclavistas deberían pagar US$129.000 millones para reubicar a medio millón de rastafaris en el continente de sus ancestros.
En este caso, el modelo de reclamo se parece más al que aplicó Nueva Zelanda, donde el gobierno indemnizó a la población Maorí –no un país entero, sino un grupo particular- por la violación de los derechos de propiedad.
O al acuerdo alcanzado por el gobierno británico, obligado por un fallo judicial de 2012, para compensar a las víctimas de tortura durante el levantamiento de los Mau Mau en Kenia, durante la era de dominio colonial inglés.
Pero existen divisiones entre reparacionistas: hay quienes consideran «insultante» que se diga que los descendientes de esclavos saldrán a litigar «en masa» si los gobiernos dan sus disculpas oficiales.
«Algunos quieren dinero, para otros es un tema de memoria y remembranza», apunta el analista político y activista británico Patrick Vernon.
¿Demasiado remoto?
Incluso si los gobiernos reconocen que existe un sustento moral para las reparaciones, es poco probable que acepten negociarlas.
No sólo el británico: en Francia, el presidente François Hollande ha dicho que éstas son «imposibles» porque el pasado es «irreparable».
En Estados Unidos, la noción de reparación para las víctimas de su propia esclavitud vuelve cada tanto al debate público; el Congreso emitió una disculpa hace unos años, pero nada ha dicho de pagos compensatorios.
«A mí me molesta lo que le hicieron los romanos a mis antepasados británicos. Entonces, ¿voy a reclamarle a los italianos?¿Hasta cuándo? ¿200 años, 500 años, 1.000 años después? Julia Hartley, The Telegraph
El principal argumento de quienes se oponen es que se trata de violaciones ocurridas en un pasado muy remoto, sobre las que no existe un sentido de responsabilidad colectiva.
“A mí me molesta bastante lo que hicieron los romanos a mis antepasados británicos, por no mencionar las atrocidades de los vikingos. Entonces, ¿voy a reclamarle a los italianos y los daneses por ello? ¿Hasta cuándo? ¿200 años, 500 años, 1.000 años después? ¿O podemos pedir compensaciones por todo lo que ha ocurrido desde el Big Bang?”, opina la columnista Julia Hartley en «The Telegraph».
Otro argumento apunta a la dificultad de determinar los beneficiarios: ¿quiénes serían compensados por el tráfico, los estados africanos modernos o los descendientes de aquellos que lo padecieron directamente?
Desde una postura filosófica, hay quienes incluso sostienen que la argumentación reparacionista es en sí misma «racista».
«Es primitivismo moral: mis intereses están vinculados indisolublemente a mi propio grupo de parentesco y directamente enfrentados al tuyo. Es decir, está allíel mismo racismo que en teoría se intenta corregir”, señala por su parte el escritor Kevin Williamson en la publicación The Atlantic.
Pero quienes hacen campaña por las reparaciones rechazan de plano estas posturas: el tráfico de esclavos debe considerarse una excepción entre todas las causas de reparación, porque fue un atentado a la más básica de las leyes naturales, la que sostiene que el hombre es esencialmente libre.
Por ello, dicen, se trata de un crimen imprescriptible.
Y la presión sobre los gobiernos europeos difícilmente vaya a mermar: Naciones Unidas acaba de inaugurar su «Década para las Personas de Descendencia Africana», que durará hasta 2024 y tendrá entre las prioridades de su agenda el reclamo de reparaciones por esclavitud.