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Ahmadou Hampaté Bá y su carta abierta a la juventud africana

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Hampâté Bâ (Bandiagara, Mali,1900-Abijan Costa de Marfil ,1991) es conocido por ser uno de los grandes defensores de la preservación y conservación del patrimonio inmaterial africano, su tarea en el seno del Consejo ejecutivo de la Unesco, ante el cual lanzó su famosa advertencia en 1962: “En Afrique quand un vieillard meurt cʼest une bibliothèque inexploité qui brûle”, fue la culminación de toda una vida dedicada a investigar y a dar a conocer las culturas africanas que desaparecían progresivamente con la llegada de la nueva civilización.

Los dos volúmenes de las memorias, Amkoullel, lʼenfant Peul y Oui, mon commandant!, ilustran a través del desarrollo de un relato autobiográfico, la cuestión de la supervivencia de la propia identidad cultural en el contexto de la sociedad colonial creada por el gobierno francés en sus colonias africanas. Las memorias de Hampâté Bâ conforman una gran suma de documentos sobre la civilización y la historia reciente de África, y, al mismo tiempo, ofrecen la revisión de un pasado propio y colectivo en el que las cuestiones de la tradición, la memoria y la modernidad son piezas clave. En el texto aparecen múltiples explicaciones acerca del funcionamiento de la sociedad africana maliense a principios del siglo XX que son transmitidas al supuesto lector europeo de una manera eminentemente didáctica y comprensible. El modo de vida llamado “tradicional” en el que Hampâté Bâ nace y se educa es interpretado desde una mirada interior al sistema: la visión que nos ofrece el autor de su sociedad se opone a la mirada del colonizador que justifica siempre su intrusión en una sociedad ajena como parte de
una misión civilizadora.

Carta abierta a la juventud africana

Mis queridos jóvenes:

El que os habla es una de las primeras personas nacidas en el siglo XX. Ha vivido por lo tanto bastante tiempo y, como os podéis imaginar, visto y oído muchas cosas en este vasto mundo. No pretende, sin embargo, ser un maestro de nada. Ha querido ser, ante todo, un eterno investigador, un eterno alumno y, aún hoy, su sed de aprender es tan viva como en los primeros tiempos.

Con mucho esfuerzo empezó buscándose a sí mismo en el prójimo para conocerse mejor y así amarlo en consecuencia. Desearía que hicierais lo mismo cada uno de vosotros.

Después de esta difícil búsqueda, emprendió numerosos viajes por todo el mundo: África, Oriente Próximo, Europa, América. Como alumno sin complejos y sin prejuicios, solicitó la enseñanza de todos los maestros y de todos los sabios que encontró en su camino y se puso dócilmente a su escucha. Grabó fielmente lo que le dijeron y analizó objetivamente sus lecciones con el fin de comprender correctamente los distintos aspectos de su comportamiento. En pocas palabras, se esforzó siempre por comprender a los hombres, porque el gran problema de la vida es la comprensión mutua.

Ciertamente, ya se trate de personas, de naciones, de razas o de culturas, somos todos distintos unos de otros; pero también tenemos algo semejante, y es esto lo que hay que buscar para poderse reconocer en el otro y dialogar con él. Entonces, nuestras diferencias, en lugar de separarnos, serán complementarias y fuente de enriquecimiento mutuo.

Lo mismo que la belleza de un tapiz depende de la variedad de sus colores, la diversidad de los hombres, de las culturas y de las civilizaciones constituye la riqueza del mundo. ¡Qué aburrido y monótono sería un mundo uniforme en el que todos los hombres, calcados de un mismo modelo, pensaran y vivieran de la misma forma! No teniendo nada que descubrir en los demás, ¿cómo podrían enriquecerse uno?

En nuestra época, sobre la que pesan amenazas de todo tipo, los hombres ya no deben insistir en lo que les separa, sino en lo que tienen en común, respetando la identidad de cada uno. El encuentro y la escucha de los demás son siempre más enriquecedores, incluso para el desarrollo de la propia identidad, que los conflictos o las discusiones estériles para imponer el punto de vista propio. Un viejo maestro africano decía: hay mi verdad ytu verdad, que jamás llegarán a encontrarse. LA Verdad se encuentra en el medio. Para acercarse, debe cada uno desprenderse un poco de su verdad y dar un paso hacia el otro…

Jóvenes, nacidos a finales del siglo XX, estáis viviendo a la vez una época aterradora por las amenazas que pesan sobre la humanidad y apasionante por las posibilidades que se abren en el campo de los conocimientos y de la comunicación entre los hombres. La generación del siglo XXI conocerá un encuentro fantástico entre las razas y las ideas. Según la forma en la que se asimile este fenómeno, asegurará su supervivencia o provocará su destrucción mediante conflictos mortíferos.

En este mundo moderno, nadie puede ya refugiarse en su torre de marfil. Todos los estados, ya sean fuertes o débiles, ricos o pobres, serán en adelante interdependientes, aunque no sea más que en el plano económico o frente a los peligros de una guerra internacional. Lo quieran o no, los hombres están embarcado en una misma balsa: si se levanta un huracán, todos estarán amenazados a un mismo tiempo. ¿No es mejor tratar de comprenderse y de ayudarse mutuamente antes de que sea demasiado tarde?

Incluso la interdependencia de los estados impone una complementariedad indispensable entre los hombres y las culturas. En nuestros días, la humanidad es como una gran fábrica en la que se trabaja en cadena: cada pieza, pequeña o grande, tiene una función bien definida que puede condicionar el futuro de toda la fábrica.

Actualmente, por regla general, los bloques de interés se enfrentan y se despedazan. A vosotros, oh jóvenes, os corresponderá hacer que resurja poco a poco una nueva mentalidad, más orientada hacia la complementariedad y la solidaridad, tanto individual como internacional. Será la condición para la paz, sin la cual no podría haber desarrollo.

(…)

Jóvenes de África y del mundo, el destino ha querido que en estas postrimerías del siglo XX, al alba de una nueva era, seáis vosotros una especie de puente tendido entre dos mundos: el del pasado, en el que las viejas civilizaciones sólo aspiran a legaros sus tesoros antes de desaparecer, y el del futuro, lleno de incertidumbres y de dificultades, – cierto es-, pero también rico en nuevas aventuras y en experiencias apasionantes. Os corresponde aceptar el reto y actuar de tal forma, que no se produzca una ruptura desgarradora, sino una continuidad serena y la fecundación de una época por la otra.

Cuando las corrientes os arrastren, recordad nuestros viejos valores de comunidad, de solidaridad y de saber compartir. Y si tenéis la suerte de disponer de un plato de arroz, ¡no lo comáis vosotros solos! Si los conflictos os amenazan, ¡recordad las virtudes del diálogo y de la palabra!

Y cuando queráis buscar un empleo, en lugar de dedicar todas vuestras energías a trabajos estériles e improductivos, pensad en volver hacia nuestra Madre tierra, nuestra única verdadera riqueza, y entregadle todos vuestros cuidados con el fin de poder obtener lo necesario para alimentar a todos los hombres. En pocas palabras, ¡permaneced al servicio de la vida, en todos sus aspectos!

Es posible que algunos de vosotros digan: “¡Es pedirnos demasiado! ¡Semejante tarea está fuera de nuestro alcance!”. Permitidle, a este anciano que soy, que os confíe un secreto: lo mismo que no hay ningún “incendio pequeño” (todo depende de la naturaleza del combustible que encuentre a su paso), tampoco hay ningún esfuerzo pequeño. Todo esfuerzo cuenta y nunca se sabe a partir de qué acción aparentemente modesta surgirá el acontecimiento que cambie el rumbo de las cosas. No olvidéis que el rey de los árboles de la sabana, el poderoso y majestuoso boabab, sale de una simple semilla que, al principio, no es más gruesa que un pequeño grano de café….

Extracto de la Carta a los Jóvenes. Amadou Hampâté Bâ

 

 

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