Sin lugar a dudas, a Cheikh Anta Diop le corresponde el sitio de gran precursor. Con él se inicia la corriente historiográfica que luego se denominará “afrocentrismo”.
Diop nació en Senegal, en 1923, en el seno de un hogar musulmán. En la inmediata Posguerra se trasladó a París, para estudiar Física. Allí encontró a su otra pasión: la historia. Su activismo en los grupos estudiantiles africanos, que militaban en pos de la independencia de las colonias, lo condujo a asumir la necesidad de completar una notoria carencia de las naciones colonizadas:
Al redescubrir así nuestro pasado, hemos buscado un medio de recrear esa conciencia histórica sin la cual no puede haber una gran nación. (Diop, 1968)
La lucha por la independencia hacía necesarias herramientas culturales que contribuyeran a afianzar la identidad nacional africana. Había quienes afirmaban que la construcción de esa conciencia histórica e identidad cultural podía postergarse para luego de la independencia. Diop sostenía lo contrario:
…las armas culturales son desde ahora necesarias; nadie puede prescindir de ellas. Por ello hay que forjarlas simultáneamente dentro de la estructura de nuestra lucha por la independencia nacional. (Diop, 1968).
En función de esto Diop atacó el núcleo duro de la tradición historiográfica hegeliana: planteó en forma contundente la africanidad del Egipto antiguo, y su lugar clave para la futura reelaboración cultural poscolonial:
…el experimento egipcio fue esencialmente negro, y que todos los africanos pueden sacar de éste la misma ventaja moral que sacan los occidentales de la civilización grecolatina. (Diop, 1968)
Se trataba, a juicio de Diop, de una cuestión clave, imprescindible punto de partida: La antigüedad egipcia es a la cultura africana lo que la antigüedad greco-latina es a la cultura occidental. La constitución de un cuerpo de ciencias humanas africanas deberá partir de ese hecho. (Diop, 1983).
Ahora bien, en el contexto historiográfico en que actuaba Diop, plantear estas cuestiones implicaba arriesgar mucho. Era salir del “consenso” científico, era no ser “correcto”. Y eso se suele pagar caro. Diop presentó estas ideas en su tesis de doctorado, en 1951. La tesis fue rechazada y sus ideas descalificadas y ridiculizadas por los bronces de La Sorbona. Aceptar la negritud de la cultura egipcia implicaba también reconocer la influencia africana en el mundo mediterráneo. En palabras de Diop:
En la medida en que Egipto fue, sin discusión, el gran iniciador del mundo mediterráneo, esta contribución existe en los campos de la ciencia, la arquitectura, la filosofía, la música, la religión, la literatura, el arte y la vida social, etc…
No puedo aquí extenderme en detalles sobre esta vasta influencia, que abarca todas las ramas de la actividad desde el principio de los tiempos. Razón de más para no hacerlo es que ningún duda de ello. Los especialistas se sienten satisfechos simplemente buscando un origen extra africano blanco para la civilización egipcia. (Diop, 1968)
Era una idea demasiado audaz para su época, por más que Diop la refrendara con fuentes clásicas que, desde Heródoto en adelante, proclamaban la negritud de los antiguos egipcios. Dos veces más fue rechazada la tesis de doctorado de Diop, pero sus ideas cobraron popularidad extraacadémica.
Présence africaine las publicó en forma de libro, el antológico Nations nègres et culture. Finalmente, en 1960, Diop aprobó su tesis, más por la presión de la multitud que lo acompañó en el momento de leerla que por la convicción de los académicos.
Luego Diop retornó a Senegal, trabajó en la Universidad de Dakar (hoy Universidad Cheikh Anta Diop) donde puso en marcha un laboratorio de radiocarbono para la datación de restos arqueológicos. Allí siguió acumulando pruebas en beneficio de su tesis. También aportó una buena dosis de innovación en el campo de la metodología de la investigación histórica. En ese sentido, sus investigaciones se basaban en estudios diacrónicos, el comparativismo crítico y la
multidisciplinariedad: arqueología, lingüística, toponimia, ciencias exactas, etc.
Diseñó procedimientos nuevos, como el dosaje de melanina, que le permitió establecer la identidad racial de las momias egipcias, y que hoy día se utiliza también en medicina forense. Sus estudios de lingüística le permitieron establecer con precisión mucho mayor a la de Bleek el parentesco entre la lengua de los antiguos egipcios y la de los modernos africanos. También sus estudios comparativos en el campo cultural mostraron claramente esta relación, por ejemplo en la cuestión de determinados rituales asociados a la realeza africana.
Finalmente, la egiptología africana logró hacerse un lugar. A partir del Coloquio de El Cairo sobre “el poblamiento del Egipto antiguo y el desciframiento de la escritura meroítica”, de 1974, convocado por la UNESCO, las tesis de Diop alcanzaron un consenso, aunque limitado. También su idea de elaborar una Historia General del África, en un trabajo conjunto de africanistas de todo el mundo, pudo concretarse gracias al patrocinio de la UNESCO. ..
Por último, en 1981, cinco años antes de su muerte y treinta años después de la presentación de su tesis doctoral, Diop accedió por fin a una cátedra de historia en la Universidad de Dakar. La obra de Diop fue monumental pero, al igual que muchos otros innovadores, debió afrontar el peor de los males: la soledad. Es muy frecuente que el mundo académico aisle a quienes salen de la chatura y los lugares comunes. Diop trabajó en solitario durante veinte años o más, y aún hoy hay quienes buscan la manera de descalificar su obra. Ya nadie discute la monogénesis, la anterioridad de África o la africanidad de Egipto, pero hay quienes descalifican a Diop por… racista (Wane, 1988).
Sí, “racista negro” se le rotula, como si él hubiera podido elegir el campo de batalla que le tocó vivir. La ideas de Diop sobre las razas eran por demás de claras desde cualquier punto que se las mire:
Se le da una clasificación racial a un grupo de individuos que comparten un cierto número de rasgos antropológicos, lo que es necesario para que no se los confunda con otros. Hay dos aspectos que deben distinguirse, el fenotipo y el genotipo. Frecuentemente he elaborado sobre estos dos aspectos. Si hablamos solamente del genotipo, puedo encontrar a un negro que, al nivel de sus cromosomas, está más cerca de un sueco de lo que lo está Peter Botha [Primer Ministro sudafricano]. Pero lo que en realidad cuenta es el fenotipo. Es la apariencia física lo que cuenta. Este negro, aún cuando al nivel de sus células está más cerca que Peter Botha, cuando está en Sudáfrica vivirá en Soweto. A través de la historia, ha sido siempre el fenotipo el que ha estado en cuestión; no debemos perder de vista este hecho. El fenotipo es una realidad, la apariencia física es una realidad.
Ahora bien, cada vez que estas relaciones no son favorables para las culturas occidentales, se hace un esfuerzo para debilitar la conciencia cultural de los africanos diciéndoles: “No sabemos qué es una raza”. Lo que esto significa es, no saben lo que es un hombre amarillo, pero sí saben lo que es un hombre blanco. A pesar del hecho de que las razas blanca y amarilla son derivados de la negra que, en sí misma, fue la primera en existir en tanto raza humana, ahora no queremos reconocer lo que es. Si los africanos caen en esa trampa, andarán siempre en círculos. Deben entender la trampa, entender los peligros. Es el fenotipo el que nos ha dado tantos problemas a lo largo de la historia, de manera que es éste el que debe ser considerado en estas relaciones. Existe, es una realidad y no puede ser repudiado. (Diop, 1991).
Hoy en día, luego del desciframiento del genoma humano, podemos apreciar los aciertos de Diop. Se ha comprobado que las razas humanas no existen a nivel biológico. Las diferencias genéticas entre los hombres nunca tienen la entidad de aquello que denominamos “razas” en el resto de los seres vivos. Esto ya lo tenía en claro Diop: las razas no existen, son mera apariencia, pero sí existe el racismo. Y la consideración de África como continente ahistórico es un fruto de ese racismo, como así también la negación a la africanidad de Egipto. Hubo quien consideró que se trataba lisa y llanamente del robo, de la apropiación ilegítima, por parte de los europeos, de un inmenso legado cultural.