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El ingrato destino de Angelo Solimán

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La sociedad de la Viena de la segunda mitad del siglo XVIII no sólo asistió al auge de los grandes compositores, sino que tuvo oportunidad de presenciar otras maravillas. Una de las más singulares fue, sin duda, la que encarnó el africano Angelo Solimán. Nacido en torno a 1721 en territorio de la actual Nigeria, Solimán fue convertido en esclavo cuando era sólo un niño, y pronto pasó a convertirse en propiedad del entonces gobernador austríaco de Sicilia, el príncipe Johann Georg Christian Lobkowitz. Junto a su amo, Solimán se destacó rápidamente como un inmejorable compañero de viajes y aventuras, convirtiéndose en un temible soldado en aquellas campañas militares en las que participaba su señor. Su gran fortaleza y destacada estatura debieron intimidar, sin duda, a quienes osaban enfrentarse a él.

Fue precisamente su destreza en el campo de batalla la que le sirvió para salvar la vida, al menos en una ocasión, a su entonces dueño, el príncipe Lobkowitz, un gesto que éste nunca olvidaría. Cuando Lobkowitz falleció, Solimán pasó al séquito de otro príncipe, Wenzel von Lichtenstein, y fue así como llegó a Viena, donde no tardaría en convertirse en el centro de todas las miradas. No en vano, Solimán no sólo destacaba por su imponente físico y su evidente origen africano, sino que a lo largo de su vida dio muestras de una gran erudición, interesándose por todo tipo de disciplinas y dominando nada menos que seis idiomas. Este interés por el conocimiento, y su cada vez mayor ascenso en la Corte vienesa, hicieron que se codeara con algunas de las mentes más brillantes de su tiempo.

Esas mismas inquietudes le llevaron a iniciarse en la logia masónica “Verdadera armonía”, la misma a la que pertenecieron Mozart y Haydn, donde no sólo llegó a ser considerado un igual, sino que terminó por convertirse en su Gran Maestre. Para aquel entonces, Solimán había recuperado su libertad, y podía decirse que era considerado como un igual entre el resto de nobles y caballeros de la Corte vienesa. Sin embargo, la situación dio un giro radical cuando, en 1796, aquel singular caballero vienés falleció por causas naturales. En lugar de ser enterrado como cualquier otro cristiano -había sido bautizado en su juventud- y recibir el solemne funeral masónico que le correspondía como miembro de su logia, el entonces emperador, Franz II, consideró que no era adecuado que aquel africano que había sido esclavo recibiera el mismo trato que otros nobles. Pero la cosa no quedó ahí. En aquella fechas el emperador estaba dando forma a su “gabinete de maravillas”, y pensó que el cuerpo de Solimán bien podía convertirse en una de las piezas más singulares.

Así que ordenó que lo despellejaran y momificaran su cadáver, al que vistieron con ropas de lino y un sombrero hecho con plumas de avestruz. Solimán, que en vida había vestido a la última moda europea y se había ganado el respeto y la admiración de artistas e intelectuales, se veía después de muerto ataviado como un “salvaje” y convertido en una atracción de feria. Su momia estuvo expuesta hasta 1806 y, efectivamente, se convirtió en la estrella del gabinete del emperador. Finalmente, lo que quedaba de su cuerpo fue destruido por las llamas durante la revolución de octubre de 1848. En la actualidad tan sólo se conserva un molde de su cabeza, realizado poco después de morir, y que de conserva hoy en el Museo Rollett de Baden.

http://www.economist.com/blogs/prospero/2011/11/angelo-solima http://www.afrikanistik.at/personen/soliman_angelo.htm http://naukas.com/2011/12/02/el-ingrato-destino-de-angelo-soliman/

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